miércoles, 20 de mayo de 2015

Dos/ Otro


Mientras ellos se enzarzaban en una de sus repetitivas discusiones, ella había huido en silencio a su cuarto. Había cerrado la puerta con suavidad, como si la casa y ella misma fueran frágiles, e incluso había echado el cerrojo. Aquella noche no necesitaba discursos, ni dramas de fondo en la televisión. Tan sólo deseaba el silencio. Encendió la luz de la mesilla, se tumbó sobre la cama y permaneció allí, con su cuerpo desplomado, inamovible. Giró la cara y sintió la colcha fría en su mejilla. Acarició con la mano la frazada y sintió la brisa que venía de la ventana. Sentía mucho calor en su cuerpo y necesitaba advertir el frío. Últimamente era así, buscaba el frío tanto en ella misma como en los demás. El contacto con los demás le abrumaba, y al cabo de un tiempo necesitaba alejarse. A veces dudaba no ser más que un ente. Ella se sentía así. Tal vez su faceta exterior tuviese apariencia humana, pero estaba convencida de que su interior lo componían fracciones robóticas. Debería afligirse, apasionarse, enloquecerse como los demás. Pero no era posible. Y puede que, siendo honesta consigo misma, ella tampoco deseara dejarse llevar por aquellos sentimientos. Sentimientos, qué absurdo, ¿no? Por eso le había dicho que se alejara. Se preguntaba qué estaría haciendo él en ese instante. No le importaba. ¿O sí?

Uno

Hacía frío, más del que pensaba cuando salió del bar. Se palpó los bolsillos traseros del vaquero, buscando con ansiedad y finalmente encontró el cigarrillo. El último que le quedaba. Agarró el encendedor con un giro de muñeca, parte de un estudiado ritual, inhaló y comenzó a fumar. Sintió que el mundo se paraba durante un segundo. Había salido con la excusa de fumarse un pitillo, pero lo cierto es que necesitaba un respiro de la gente, del alcohol, del sexo que se respiraba en el ambiente. A veces era abrumador sentirse un buitre en busca de carroña continuamente. Aspiró con delicia su cigarrillo y observó la calle. A pesar del ruido dentro del bar, ahí fuera se respiraba el silencio. Se oían algunas voces de fondo, tal vez, transeúntes buscando un destino, pero el sosiego imperaba en el callejón. ¿Por qué no podía ser todo así de fácil? Salir a tomar el aire, tomar un descanso cuando las cosas se volvieran difíciles. Pero él sabía que las cosas no funcionaban así. El silencio no lograba acallar sus pensamientos. Tal vez lo consiguiese durante un segundo, pero pasado ese instante, el caos volvía a su cabeza, y el cigarrillo no era más que un instrumento dentro de su ansiedad. Se preguntaba qué estaría haciendo ella en ese momento. Sabía que no debía pensar en ella. Ella se lo había pedido; él había entendido que ella no traería más que problemas. Y aún así, parecía que eso la volvía más interesante. “¡Joder!” dijo para sí, encrespado. Y se volvió.