miércoles, 20 de mayo de 2015

Uno

Hacía frío, más del que pensaba cuando salió del bar. Se palpó los bolsillos traseros del vaquero, buscando con ansiedad y finalmente encontró el cigarrillo. El último que le quedaba. Agarró el encendedor con un giro de muñeca, parte de un estudiado ritual, inhaló y comenzó a fumar. Sintió que el mundo se paraba durante un segundo. Había salido con la excusa de fumarse un pitillo, pero lo cierto es que necesitaba un respiro de la gente, del alcohol, del sexo que se respiraba en el ambiente. A veces era abrumador sentirse un buitre en busca de carroña continuamente. Aspiró con delicia su cigarrillo y observó la calle. A pesar del ruido dentro del bar, ahí fuera se respiraba el silencio. Se oían algunas voces de fondo, tal vez, transeúntes buscando un destino, pero el sosiego imperaba en el callejón. ¿Por qué no podía ser todo así de fácil? Salir a tomar el aire, tomar un descanso cuando las cosas se volvieran difíciles. Pero él sabía que las cosas no funcionaban así. El silencio no lograba acallar sus pensamientos. Tal vez lo consiguiese durante un segundo, pero pasado ese instante, el caos volvía a su cabeza, y el cigarrillo no era más que un instrumento dentro de su ansiedad. Se preguntaba qué estaría haciendo ella en ese momento. Sabía que no debía pensar en ella. Ella se lo había pedido; él había entendido que ella no traería más que problemas. Y aún así, parecía que eso la volvía más interesante. “¡Joder!” dijo para sí, encrespado. Y se volvió.

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